LA SUERTE DE LOS LIBERTOS DE LA HISPANIA ROMANA. Por José Hernández Zúñiga.

29.07.2015 00:10

                Los romanos extendieron a la par que sus conquistas la esclavitud tal y como la entendieron y la practicaron los griegos. En Hispania los pueblos sometidos a la fuerza vieron reducidos a parte de sus supervivientes a la esclavitud. Cada campaña aseguró a los mercaderes de esclavos importantes ganancias.

                

                Los esclavos fueron a parar a las patriarcales familias de los romanos o de sus aliados cada vez más romanizados. Dentro de este grupo familiar el esclavo podía arrostrar una suerte muy variable, sometido a la disciplina de los amos. Los esclavos más afortunados por la benevolencia de aquéllos o por su capacidad pudieron optar por la manumisión, el acto jurídico por el que se le concedía la libertad.

                    

                Más que dictada por el miedo a una revuelta, la manumisión lo estuvo por el interés de aprovecharse de la capacidad humana de los esclavos, en un tiempo en el que la base productiva del imperio romano era poco eficiente según los parámetros actuales. De todos modos los amos sólo podían manumitir a parte de sus esclavos.

                       

                El manumitido o liberto adoptaba el gentilicio de su antiguo amo, ahora patrono, formando parte de su red de dependencia social. Las mujeres acostumbraban a ganar la libertad antes que los varones, pues varios patronos de la aristocracia romana tuvieron la costumbre de concertarles matrimonios con hombres de su interés, fortaleciendo su propio círculo.

                        

                El emperador también se comportó en el plano individual como un propietario capaz de manumitir a parte de sus esclavos. En el plano público ello le aseguraba una imagen de generosidad y liberalidad, respetuoso con las leyes y las costumbres de la república que decía proteger.

                El liberto no alcanzaba la ciudadanía romana y en el mejor de los casos se conformaba con la latina hasta la constitución del emperador Caracalla del 212, en la que se otorgaba aquélla a todos los habitantes del imperio, ya en un tiempo de graves dificultades.

                Los libertos más acaudalados ejercieron el comercio de productos tan cotizados como el aceite, invirtiendo parte de sus ganancias en la adquisición de tierras, como sucedió en la Barcelona romana, en demostrar su generosidad a la ciudad (el famoso evergetismo) y en los inevitables elementos de conmemoración funeraria. Más que un mundo mejor imaginaron el de sus antiguos amos.